22.2.05

Fíjate que cuando yo era niño, me decía don nico en los catorce asientos, vivía en el campo, yo te he contado, en la campiña del sur italiano, en casa de mi abuelo materno. Sí, claro en potenza, le confirmaba. Bueno, cuando yo ni siquiera pasaba el metro de altura, cabalgaba un burro, así que para subirme me tenían que ayudar. Mira de lo que me estoy acordando, lo estoy viendo, me decía. Yo iba para todos lados con mi burro; deambulaba por el pueblo, me iba a los prados, a los cerros, recorría los parronales de mesa que producía mi abuelo, todo el día sobre él. Resulta que a veces se me ponía mañoso el burro y no quería caminar, pero no era hambre porque ya se había alimentado, así que pienso ahora que estaría cansado. Un día encontré una piedra que terminaba en punta así, mostrándome la agucidad con sus dos índices, y del otro lado se redondeaba en un volumen que encajaba perfecto en el tamaño de mi palma cerrada. Entonces cuando no quería andar más, pah! lo punzaba con la piedra en la cerviz y el asino reaccionaba como arrancando hacia ningún lugar. Me obedecía inmediatamente porque le dolía así que desde ese momento me metí la piedra al bolsillo y no olvidé nunca más subirla conmigo.

Un día el burro se fue a una pileta a tomar agua, yo lo dejé porque dije este burro tiene sed. Como había una murallita circular en la fontana, que tenía cierta altura, me pude bajar. Así que me acerqué también a tomar agua y yo creo que le picó una abeja o algo porque el burro movió la cabeza fuerte y me botó al agua. Quedé entero mojado y no sabía que hacer, pero no me podía enojar con el burro porque él me llevaba, qué hacía si se iba de ahí, cómo me subía después al lomo. Así que me encaramé como estaba y me volví a casa. Apenas llegué le conté a mi abuelo lo que me había pasado, y mi abuelo me dijo, ¿cómo?, ¿el burro movió su cabeza y te tiró al agua?, ¡qué raro!, si él te quiere, ¿por qué te habrá hecho eso? Es verdad que el burro me quería si yo lo alimentaba y le daba el agua, él era mi amigo y yo también de él. ¿No será que tú le estás haciendo algo que no le gusta?, me dijo mi abuelo. Piénsalo. Piénsalo bien, nicolino, me decía.

¿Tu abuelo sabía lo de la piedra?, le pregunté inquietamente. Claro que sabía, replicó don nico, pero no me lo dijo, hizo que yo me diera cuenta sólo. Si hasta se le empezó a pelar un sector del lomo y luego se le hizo una herida ahí. Yo no me había dado cuenta antes. Así que eliminé la piedra.

Las cosas que me acuerdo de repente, qué increíble, repasaba don nico, con una cara de felicidad y los ojos en lontananza. De repente me aparecen estos recuerdos como si hubiese sido ayer que los hubiera vivido. Con razón, digo ahora, ¡por eso! Por eso me decía las cosas así mi abuelo y ahora que ya aprendí, me doy cuenta porque me las decía.

Mi complicidad fue el silencio. Cuando nos despedimos sólo sonreímos. Don nico se llevó una alegría y sus ojos de vidrio, yo, sus palabras dándose al interior de mi cráneo.




exhumación inesperada de un trozo de patio trasero
14 abr. 07

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