26.9.07

32

Treintaydos patas se posaron hoy sobre la carpeta marrón que esconde el piso de mi apartamento. Me sostienen ahora a unos doscientos centímetros del cielo cada vez que me dejo inclinar hacia atrás, en un desplazamiento progresivo de mi peso hacia los muslos hasta que logro el contacto anca-reposadero. Con tanto dispositivo puedo ahora trasladarme y sentir así estar en distintos lugares. Desde aquí puedo ver a uno de esos monstruos rodantes pasar sobre la avenida y de acá observar como esa nube borra las llamaradas del astro mayor. A este otro lado puedo enumerar, de entre la pila, cada una de las prendas blancas desvestidas que esperan un giro en la máquina de moler ropa con que cuenta mi complejo. De aquel lado hay una pegatina en la que no había reparado, for your safety read before lightning, pero ya me habría quemado antes, meu deus, tanta paranoia. Así voy disfrutando de los adentros y afueras que tiene mi nuevo abrigadero. Atrás quedó mi escritorio todo de loza y mis comidas acodadas al mesón de la cocina en las que variaba con alguna que otra ronda entre bocados. Sí que este se parece más a un lugar para vivir.

22.9.07

Ah!, bueno

En la recta final venía pensando cómo lo extrañaría. Ritmo ciego a la meseta del descanso en cada subida. Sentir mis piernas trabajar fuerte en el retorno a casa, una y otra vez. Me es fascinante desbocarme pendiente arriba acortando el tiempo del esfuerzo, aunque necesite mover más aire al hacer el remanso. Qué ejercicio motivador me resulta ese y sí que me iba a hacer falta allá, pensaba. El juego de repasar los cerros del puerto. Moverse rápido y libre, me copa totalmente. Pero bueno, San Francisco. Ahhh!, bueno... jaja

14.9.07

viernes

Hoy no iré a mi barcito de los viernes, como acostumbro, para escuchar las sentencias sobre algún libro que se desprende o para hacerme de los detalles del reciente paquete de féminas que aterrizó en un bulto postal, extraviado, desde algún rincón lejano. Sin embargo abriré el sobre con la ensalada hecha jirones para llenarme de fierro, como aconsejaba mi madre, y sumaré tres tragos de zumo exprimido, como siempre. Como nunca me faltará el mar y esa luna que de cuando en cuando platea las entrañas de mi guarida, aunque sí me adentraré entre ese manojo de cuentos, que de alguna forma ha sabido hallarse al alcance, toda vez que estiro el brazo desde mi cuerpo plegado. Aunque hoy es viernes como nunca, no me alcanzará para verte, pero sí para extrañarte. Y si ahora abro la ventana y no consigo el cerro ancho será porque hoy no es el mismo de los viernes. El insecto que se daba en el cristal parecía el mismo, pero el aire que penetra la sala no me es ya familiar. Hoy no puede ser uno de ellos; no me viene el tango silbado hasta lo más álgido, como siempre, aunque me confunde la cafeína que invariablemente sella la esquina de mi boca. Me pierdo. Busco la agenda y me sigue diciendo, viernes. Algo ha cambiado. Algo me dice que mejor no vaya hoy a mi barcito de los viernes, como acostumbro