2.2.06

Los frutos no provienen de los árboles

No es la primera vez que escucho la frase. Los niños hoy día ya no saben que los frutos provienen de los árboles. Seguro. Pensarán que vienen del supermercado.

Repostulo entonces mi concepto de burbuja. Cuantas veces habré diagnosticado: esa gente vive dentro de una pompa de jabón. Lo repienso bien y me pregunto, ¿viviré también, sin haberlo notado, dentro de una burbuja?

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Ahora viene a mi cabeza algo que he rescatado de un par de encuentros con un viejo inmigrante. Los niños ricos no conocen. Sus madres les dicen, no toque esto, no se meta ahí, no haga esto otro; no conocen. Los niños pobres, en cambio, saben a que hora sale el sol; reconocen el momento en que vendrán las lluvias; conocen bien como se comportan sus animales y que deben hacer para mantenerlos bien; saben como cultivar la tierra, lo que permite que los ricos puedan comer. Sin los pobres, los ricos se mueren de hambre porque ni siquiera saben preparar sus alimentos y, menos, producirlos. Vuelvo atrás; ¿seré capaz de darme cuenta de que tamaño es mi burbuja?

----Puente----

Mi lógica ahora se detiene en una pregunta de radio. Había ocurrido un desastre. Un lanchón, en precarias condiciones de mantención, se fue pique en medio del Lago Maihue, con una horda de pasajeros en su interior. La pérdida de niños, pobres, la mayoría mapuches, nos devuelve los pies a tierra. La radio entonces pregunta a sus auditores que, que les parecía que estas cosas todavía sucedieran en Chile con todo el avance que hemos tenido en estos últimos años. ¿Qué les parece que exista un Chile B? Todavía me revuelve el estómago este concepto. Chile B. Reconozco que estoy alejado de la convivencia con los más pobres, pero no al punto de olvidarme de que existen. Aunque el concepto refiere también a la gran clase media, a la cual también se le separa en otra categoría. B, en este caso. ¿Querremos emanciparnos del resto? ¿Buscaremos formar una república independiente dentro de nuestro territorio?

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Ahora llego hasta los resultados de las últimas elecciones. El abanderado de los más pudientes vuelve a perder. Y pierde en la inmensa mayoría de las regiones del país, incluida la gran capital. Sólo arrasa en tres o cuatro comunas del sector oriente de Santiago, que no puede ser más que un 0,5% del territorio nacional. El sabido aislamiento de gran parte de nuestra población, es elocuente a la hora de analizar los resultados de los comicios de diciembre. Preténdalo o no, pertenezco a los más pudientes y también soy responsable de esto. Algo me dice que el hecho de desenvolverme en este ámbito, me quita visibilidad, quizás mucho más de lo que creía. Vivo en un lugar que más bien parece un gran condominio. Tal vez un pequeño reino, al cual le estamos poniendo muros imaginarios para que no haya enemigos que puedan perturbar nuestra tranquilidad. Nos metemos adentro, dentro de nuestro propio encierro, de nuestras propias limitaciones. ¡Por favor, déjennos solos; queremos estar tranquilos! Termino por convencerme de que hay una burbuja a mi alrededor. ¿Será esta holgada o estrecha?

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Identidad. En que lugar de todo este camino se quedó enredado nuestro origen. Nuestro sentido de pertenencia. Tema complejo y de alcances infinitos. No puedo dejar de pensar en ella ahora que sigo esta concatenación de ideas. Ahora me acuerdo de nuestra nueva autopista privada que corta la capital y que ahora nos permite cruzarla muchísimo más rápido. Claro que también hace que la veamos cada vez menos. Nos alejamos más y más de nuestra realidad al volar casi tangencialmente por la ciudad. Ahora los niños que van a los balnearios de la zona central, ya no pasarán por la Alameda. Quizás nunca la verán. Soy de la generación que escuchó hablar del valor patrimonial de la Alameda, pero la viví sólo en hechos circunstanciales, como el viaje a la playa. El alcance histórico de la Alameda para nuestro país, es algo que ya se perdió en buena parte entre los miembros de nuestra generación. Peor aún, me parece que nuestros niños ya no conocerán esta arteria principal y, quizás, la generación venidera hasta la olvidará.

Nos alejamos cada vez más de Chile. Del Chile B, al menos. Y nos refugiamos en un Chile A, supongo, cada vez más pequeño. Que se parece mucho más a otra cosa, a algo ajeno. Nos metemos en nuestra burbuja. Más y más adentro. Donde perdemos más y más visión.

…y nuestros niños ya nos lo están advirtiendo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Todos finalmente vivimos en una burbuja que contribuimos a crear. Sin embargo las burbujas pueden ser multicolores o unicolores pueden tender a deformarse hacia algún lado hasta reventar por alli o buscar avanzar equilibradadmente tratando de mirar e incorporar los aportes de otras burbujas para hacer una burbuja más amplia, holgada y multicolor. M

Telex dijo...

se va poniendo lindo

pablo dijo...

Se va poniendo lindo.
Parece indispensable el aporte de las demás burbujas para escapar de la neurosis que nos arrecia. Viene bien ese intercambio.

Anónimo dijo...

Las autopistas siempre se han construido con el objetivo de evitar que la gente se detenga. Aquello divide la ciudad desde un punto de vista espacial, pero la elimina desde uno temporal: la ciudad estorba, sin embargo la autopista elimina el obstáculo, y lo hace rápido, en un tiempo que está bajo el control del volante y del pedal. ¡Ay la felicidad -el éxtasis- que produce esa sensación de dominio!, el poder embrutecedor (nunca mejor dicho) de descomponer el tiempo y el espacio tan solo pagando un imperceptible fee por entrar en la carretera y adueñarse de la velocidad y el territorio, y acelerar, y acelerarse. Fuera de los muros de contención está la vida de los otros, pero los otros no me importan, los otros no están, por ende no existen en la brevedad de la lanza que soy yo; ni les importo yo a ellos. Tarde o temprano vivenciarán ellos también el vértigo del control, y querrán amplificarlo, como yo y tú.
Desde un ángulo netamente experiencial no hay cabida para un cuestionamiento moral de todo esto: nos mueve, literalmente y a 150 kms por hora, el placer de la ilusión del control. ¿Qué principio moral podría detener esta máquina? La de creerse responsable de un daño al ambiente? Semejante ingenuidad megalomaníaca no es infrecuente. La observo en los críticos medioambientalistas, en los ciclistas furiosos, en los anárquicos punks que por la noche, tras un duro día de protestas y ácida conciencia abren su refrigerador para premiarse con una Heinecken importada desde Holanda, transportada por aviones nutridos de petróleo iraquí, comercializado por Hally-Burton. ¿Y si por la noche no se toman la cerveza, y no encienden la TV, y no usan jamás las autopistas? ¿Y si sus principios morales efectivamente inciden y vuelven a dibujarles las caras de los otros frente a ellos, y los arrojan de nuevo en medio de las vidas que discurren detrás de las barreras de la modernidad? ¿Pasaría algo distinto de lo que pasa hoy? ¿Dejarían de dividirse o eliminarse de las conciencias las ciudades y los poblados? ¿Dejaría de sufrir el Hombre? Me temo que no.

gatagaes dijo...

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Es tan cierto eso que escribes: seré capaz de darme cuenta de que tamaño es mi burbuja?
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...me lo he preguntado tantas veces!!!
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me identificó tanto esa pregunta!!!
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a veces pienso que si me doy cuenta del real tamaño de mi burbuja quizás no podría soportarlo...
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Me dejas un poco sin palabras, es demasiado cierto lo que escribes, concuerdo contigo en muchas cosas, me viven dando vuelta en mi cabeza muchas de tus ideas, sobretodo el tema de la burbuja...
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SLDS...te sigo leyendo...
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