8.4.07

Cuando llegué a la plaza, las dos chicas me miraban con un signo de interrogación en la frente tan grande, que con su peso les arrugaba la piel justo por encima de sus narices. Rompí yo. No me van a decir que no se van a acordar que fue ahí donde se me ocurrió, volviéndome a unos cuarenta cuerpos atrás, hacia la que ahora era subida. Parecía que les hubiese entrado un vacío hasta la garganta que les cerraba el paso del aire contenido en sus torsos. Era un silencio tan profundo por la sorpresa, que no tuve dudas de la excentricidad de mi acto. Atentado terrorista, exclamó por fin una, con una sonrisa en cara y en evidentes letras mayúsculas. Yo tampoco entendí nada de nada, agregó la otra, mientras retomábamos curso hacia nuestro destino. Se me ocurrió algo, y lo apuntaste en seguida, me interrumpieron mientras entregaba las primeras pistas. Así, en el muro, recalcó la más exaltada, con las órbitas aguzadas y en la fase dos de su asombro. Hasta que saqué de mi bolsillo las papeletas cartucho claro que a veces acompañan mis pasos errantes. Ah! dijeron en tono comprensivo, aunque me pareció que todavía una de ellas mecía su cabeza.

Mero camino y el concepto me seguía creciendo. Mientras hacíamos el trayecto en tren, a la idea ya le había salido un pie y una mano. Aún cuando ésta no me distraía del todo, ya que la interacción con mis amigas era rica y el paseo por la ciudad se tornaba excitante, mi mente, gobernada quizá por otro yo, volvía con otra pieza más que ensamblaba perfectamente. No cabía duda. Era un momento de papel. Pero el repaso de la arquitectura me era también fascinante. La diversidad y singularidad de las casas que se diseminaban en esa colina, entre prados y flores, eran muy sugerentes. Así que me mantuve acoplado hasta que se asomó una banca, un lienzo de distintos azules y un sol que apenas se sostenía. Dejé a las chicas aturdidas en la belleza y me desboqué a pasos solos. Necesitaba imprimir cada una de las salientes que habían brotado de mi ocurrencia. Pero mi apoyo no aparecía en medio de la calle, entendía que no volvería a escribir contra un paredón. Fue como me puse a anotar en diagonal sobre un parante que toleraba un no estacionar a ambos costados. Mi mente conectaba al fin mi mano derecha y empezaba a gozar de mis primeros desvaríos. Pero ya había notado yo, que un niño, que apenas hacía pie sobre su bicicleta, no hacía más que observarme. No quería cruzarle mirada para no interrumpir mi impulso. Fue insuficiente. Qué estás haciendo, me preguntó. En un intento por ponerme a su altura, qué ingenuo, y por recuperar el silencio, le contesté, estoy haciendo las tareas. No sé cuantos giros le habrá dado a esas cuatro palabras pero volvió. Y por qué las haces ahí parado. Mi auténtica risa interna me sacó del papel. Qué tipo raro habrá pensado. Es que se me ocurrió justo ahora, respondí, pero para él, eso, ya estuvo demás. La cadena se había tensado y ya halaba el piñón trasero. Antes de que se ahogara el murmullo de rayos, para mí era claro. Debo ser un rompecabezas a la comprensión mundana.



La idea
01 Abr. 07

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